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Superar lo probable, abrazar lo posible

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09/04/2023
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“Sed realistas, pedid lo imposible” fue una de las consignas emblemáticas de las revueltas de 1968 en París. Si bien no está del todo claro y abundan los relatos apócrifos, la versión más cercana a la oficialidad de su origen lo sitúan en la planta de Renault en Boulogne-Billancourt, cuando, durante una reunión del comité de empresa, un sindicalista espetó: “Debemos ser realistas, no podemos pedir lo imposible”. Aquella misma tarde, los estudiantes que habían acudido a la asamblea —entre ellos el hijo de Marguerite Duras y Dionys Mascolo, Jean Mascolo, cronista de la anécdota para la posteridad— darían la vuelta a la frase y la estamparían en los muros de la Université Sorbonne-Nouvelle. “Sed realistas, pedid lo imposible” es, quizá, la sentencia más auténticamente utópica que nunca se haya articulado. Porque la mayoría de las utopías no osan exigir lo imposible. Se conforman con desear lo improbable. 

La probabilidad se fundamenta en la certeza de lo ya sabido. Requiere de un conocimiento previo, de un marco familiar y delimitado que permita especular a propósito de la viabilidad de algo en base a las capacidades del propio marco. Lo probable y lo improbable dependen de un sistema de datos contrastados y ordenados, pues lo futurible se concibe como lo uno o lo otro a partir de la predicción de una secuencia factible o no factible de estos datos. En tanto probable o improbable, la concepción tradicional de la utopía no es sino una organización distinta de los valores imperantes. Se trata, en esencia, de una variación contrapuesta de los mismos: una idea de justicia enfrentada a una idea de injusticia; una idea de igualdad enfrentada a una idea de desigualdad; una idea de paz enfrentada a una idea de guerra. En este aspecto, la naturaleza de la utopía probabilista se revela reactiva y depende enteramente del entramado que aspira a superar. Sólo puede darse inserida en un escenario institucionalizado y, en consecuencia, desemboca en otro inevitablemente conectado al anterior. Dicho de otro modo, es un fenómeno evolutivo; una extensión antes que un corte abrupto y revolucionario. No propone un cambio severo a mejor, sino un desvío a mejor. A consecuencia de ello, de algún modo el orden hegemónico pervive, si bien devenido negatividad, encarnado en el opuesto necesario para la significación y validación del presupuesto utópico. 

Tomás Moro acuñó el término “utopía” a partir de los vocablos griegos οὐ (“no”) y τόπος (“lugar”). Literalmente, un no-lugar. La negación de un lugar; del espacio compartimentado en τόπος, el único que alcanzamos a comprender. La utopía definitiva pasaría por un cuestionamiento de todo cuanto entendemos, incluida la percepción del espacio y el tiempo. Una utopía que pudiera escapar al yugo de la probabilidad y la improbabilidad, pero aún así posible

La realidad tal y como solemos entenderla no es más que un segmento acotado dentro del ámbito de lo posible, un sistema binario de conceptos y sus opuestos que bloquea aquello que escapa a tales categorías. Pero la potencialidad de lo real supera con mucho a este entorno sistémico. hay un campo mucho más amplio, únicamente regido por la posibilidad. Si la utopía logra trascender las fronteras dentro de las cuales se enuncia, si consigue abrir una brecha en la lógica dominante, puede ser improbable pero posible. El no-lugar existe, pero no aquí. No en este lugar.

Así como la dictadura del proletariado no era para Marx la culminación de un proceso, sino una fase del mismo, una etapa en el camino hacia el comunismo pleno, la utopía probabilista no debería ser contemplada como un fin, sino como el medio para la consecución de la utopía absoluta. La reordenación de los valores dominantes —el asentamiento de una sociedad más justa dentro del ámbito de lo ya conocido— sería el módulo propulsor del cual podríamos desprendernos una vez dejáramos atrás toda certidumbre y nos adentráramos en el espacio exterior de lo posible y lo imposible, fuera del único todo que alcanzamos a contemplar; fuera del τόπος. 

Solamente superando lo probable y abrazando lo posible puede el deseo de cambio —y sobre todo  de diferencia— cristalizar en una concepción radical de lo utópico en tanto potencia que supere el orden establecido.

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