Apuntes sobre la distopía
Por Oriol Rosell
Texto comisarial de la edición 2023 del festival EX/ABRUPTO
La distopía no muestra EL futuro. Muestra UN futuro. Nos advierte de algo posible. Peor aún, de algo probable. Es un cuento cautelar protagonizado por los espectros de un mañana factible manifestándose hoy.
La distopía es el fantasma de las navidades futuras.
La distopía muestra un futuro, pero habla del presente. Se nutre de él. De sus temores, ansiedades e incertidumbres. Identifica los miedos del aquí y el ahora y los satura a través del relato especulativo.
La distopía es realidad aumentada.
La distopía confirma nuestros peores augurios. Legitima la sospecha de que algo no funciona bien y nos abocará a la calamidad. Pensar en la distopía como un aviso implica (re)pensarnos a nosotros mismos como sujetos históricos, pues nos obliga a desear la posibilidad de cambiar el rumbo de los acontecimientos, de desviarnos del camino que conduce a ella. Nos recuerda que el destino nos pertenece.
La distopía es un umbral revolucionario.
La distopía puede actuar también como un bálsamo para el dolor del presente. Reconforta porque revela que nuestra situación actual podría ser mucho peor. Este alivio momentáneo nos incapacita para soñar un futuro distinto al que nos explica. Secuestra nuestro deseo de cambio. El confort que propone es des-excitante, inmovilizante.
La distopía es un depresor.
Frederic Jameson dijo que hoy día es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. La actual sobreabundancia de fantasías distópicas y la prácticamente inexistente contraoferta de proyectos utópicos confirman esta aseveración. La mayoría de distopías contemporáneas retratan calamidades producto del neoliberalismo. Sin embargo, la responsabilidad última del desastre siempre recae en un individuo o un grupo de individuos que han hecho una gestión malévola de un orden de las cosas concebido ya no como el mejor, sino como el único posible. El sistema en sí nunca es cuestionado.
La distopía es un regulador sistémico.
La distopía contemporánea potencia un individualismo cuasi mesiánico. Como el mindfulness y la autoayuda, presenta a un héroe o una heroína desvinculados del colectivo al que pertenecen. Su triunfo obedece únicamente a su singularidad, a su diferencia y unicidad. Salvo contadas excepciones, sus capacidades extraordinarias, su fuerza de voluntad y una resiliencia prodigiosa son los únicos recursos con los que cuentan para vencer al enemigo. La comunidad queda reducida a un mero paisaje contextual. Solo después de la victoria del héroe o la heroína se activan los resortes de acción del grupo.
La distopía es alienante.
Muy a menudo, el producto distópico participa de las industrias de la nostalgia características de nuestro tiempo. La superación de un sistema despótico generalmente hipertecnificado redunda en un retorno a lo antiguo y natural. La victoria es un reseteo, un volver atrás para reescribir la historia evitando cometer los errores de un pasado que deviene nuevamente futuro. En este sentido, el imaginario distópico somatiza la pérdida de fe en el progreso, hasta ahora fuerza motriz del avance civilizatorio moderno. Simboliza el último clavo en el ataúd de la Modernidad.
La distopía es retrógrada.